Si existe algo que es vital para que una empresa o individuo se mantenga vivo en el competitivo mundo en el que hoy nos toca vivir, ese algo es definivamente sentido de urgencia. El sentido de urgencia viene de un propósito más grande y relevante para hacer que algo bueno suceda.
El sentido de urgencia es, más que todo, una forma de pensar donde asumimos que el cambio rápido y constante es tanto normal como necesario, siempre en la búsqueda de que un objetivo superior positivo sea alcanzado. Algo similar a la llamada paranoia constructiva que Andrés Oppenheimer menciona en países como China y Corea del Sur en su libro “Basta de Historias”, donde cuenta cómo funcionarios de esos gobiernos asiáticos siempre están pendientes de cuánto avanzan sus pares en cuanto a educación, innovación y temas afines, pues todo el tiempo sienten que van a quedar relegados y fuera de carrera por lo que están siempre buscando nuevas maneras de seguir siendo competitivos a nivel mundial y, especialmente, en comparación con dichos países. Esto deviene en países tremendamente competitivos en cuanto a educación e innovación se refiere, pues el estar en constante competencia, naturalmente eleva el nivel de estos países lo que los lleva a ser líderes mundiales en estos campos.
Ahora bien, un concepto muy distinto pero que puede ser confundido es sentido de emergencia. Una emergencia, por definición, no es positiva. Mientras con el sentido de urgencia el enfoque es proactivo, con el sentido de emergencia el enfoque es totalmente reactivo, pues si bien uno puede estar preparado para afrontar una emergencia, lo que se busca al final del día es eliminar o controlar dicha emergencia. Es más, lo que cualquier individuo desea es nunca verse ante una emergencia.
Asimismo, un reto igual de grande es evitar el llamado falso sentido de urgencia, donde todo lo que se hace durante todo el tiempo se vuelve urgente, quitándole lugar a lo importante, que es el propósito que se quiere alcanzar al implantar el sentido de urgencia en nuestras acciones. Esto es fácilmente reconocible en todo tipo de comunicación que lleve la palabra urgente, generalmente en el título, al final de una oración, etc., pues cuando algo es urgente es consecuencia de un mal planeamiento previo e incluso el usar esta palabra es dañino para un genuino sentido de urgencia.
En mi experiencia, en una empresa es absolutamente necesario tener una visión clara de hacia dónde se quiere llegar y qué se quiere lograr para poder recién aplicar un sentido de urgencia a lo que se hace. Justamente lo más complicado de todo esto es que la empresa tenga visión y con esto no me refiero a una frase escrita en papelería corporativa que en la práctica es letra muerta sino que tenga la capacidad de ver -o imaginar- algo que todavía no existe pero que al poder verlo, le permite enfocar sus esfuerzos hacía ese lugar que aún no existe pero dónde muy probablemente se estará en un tiempo.
Si uno le pregunta a un trabajador de una empresa, elegido de manera aleatoria, sobre la visión de la empresa y éste no sabe respónderle, entonces es imposible imbuirle un sentido de urgencia a lo que éste hace, pues probablemente termine preguntándose a sí mismo la razón por la cual hay tanto apuro en hacer las cosas, lo cual termina disrumpiendo su calmado, nada cambiante -y ya de por sí estresante para él- día a día laboral. En conclusión sin una visión clara de un objetivo superior a alcanzar no es posible tener sentido de urgencia en lo que se hace.
Finalmente, en una empresa muchas veces existen visionarios: individuos que no se conforman con aceptar el estado actual de cómo funcionan las cosas y que constantemente cuestionan el por qué debe algo ser de una manera que quizás está sujeta a mejora. Estos individuos, denominados intraemprendedores, no siempre ocupan los cargos más altos pero gran parte del tiempo marcan la pauta de las acciones que la organización emprende y usan su influencia, habilidades y conocimientos para no solamente lograr que algo pase sino para imbuirle sentido de urgencia a la organización completa.